Sobre los conflictos y la agresividad en la infancia…

agresividad y conflictos

Todos sabemos que los conflictos forman parte de la vida. Somos seres sociales, seres en relación con otros, y en estas relaciones solemos encontrarnos de forma cotidiana con conflictos que tienen que ver con diferencias en la forma de percibir y pensar situaciones vividas, con la combinación de necesidades individuales diferentes en un espacio común. En definitiva, con la difícil tarea de vivir juntos cada uno con su propia manera de ser y sentir, con su propio mundo interior y con su propia susceptibilidad.

Evidentemente, dentro del hilo de mi actividad, un conflicto aparece como una interrupción, una disrupción que muchas veces me obliga a parar, y en muchos casos a entrar en un diálogo no del todo cómodo con un otro que tiene una visión diferente a la mía. Y a encontrar (o no) una solución y ver cómo continuamos. Generalmente los niños (sobre todo los más pequeños) frente a estas situaciones reaccionan con frustración, y eso quiere decir que sienten una mezcla (bastante explosiva), de tristeza y rabia que no saben cómo gestionar. Y es entonces, en medio de esta situación incómoda, que expresan como pueden aquello que les pasa y muchas veces aparece una respuesta que vemos como agresiva.

Los niños no nacen sabiendo cómo ir resolviendo las dificultades que se les aparecen, ni tampoco son robots a los que podamos programar para que pongan en juego determinadas estrategias aprendidas: los niños se construyen en un diálogo entre lo que viven, cómo son acompañados en sus vivencias (sobre todo por sus referentes más importantes), y su interior (en sentido muy amplio, incluyendo nivel de maduración, personalidad incipiente, y también la integración de las vivencias anteriores); y en esta construcción van probando herramientas, van viendo los resultados externos e internos de esas pruebas, y van creciendo y aprendiendo. En un proceso largo y complejo que no es lineal y que, como todos los procesos, a veces avanza con mayor rapidez, y a veces pasa por períodos en los que parece estancado.

Esto quiere decir que para aprender a gestionar sus conflictos nuestros hijos necesitarán equivocarse. Y también hacer consciente su sensación, sus sentimientos y su grado de satisfacción frente a la vivencia de la situación conflictiva y su posterior resolución (o no). Porque el parámetro para entender si el conflicto se ha podido resolver de forma satisfactoria es un parámetro interno, y tiene que ver con cómo percibe cada uno de los involucrados la situación una vez que la ha pasado. ¿Me he quedado satisfecho con el resultado? ¿Y con las maneras? ¿Cómo me he sentido tratado por el otro? ¿Cómo sentí que he tratado al otro? ¿He podido expresar mis sentimientos y mis necesidades? ¿Se han tenido en cuenta en la resolución? Cuando pongo en práctica la resolución, la siento igual que cuando la pensé/acepté?

Como adultos acompañantes podemos ayudar mucho si nosotros también nos hacemos conscientes de cómo afrontamos nuestros conflictos, qué herramientas utilizamos, si vamos creciendo, si nos asustan, etc. Y esto no sólo nos servirá para poder acompañar mejor a nuestros hijos, sino para poder completar procesos personales que a veces quedaron incompletos, y también para aprovechar las situaciones conflictivas como lo que son: oportunidades.

¿Por qué hablamos de que los conflictos pueden ser vividos como una oportunidad? Porque nos requieren en presencia como pocas otras cosas, porque nos movilizan y expresan mucho acerca de nosotros mismos y de nuestras relaciones. Pasar por ellos de forma consciente nos ayuda a crecer como personas, y a ir desarrollando nuestra asertividad. que no es otra cosa que una forma canalizada de nuestra energía agresiva.

Sin embargo, muchas veces nos cuesta llegar a la asertividad (y dejar que nuestros hijos la desarrollen), porque esta energía agresiva nos da miedo, porque nos remite a otra posible forma de encauzarla, que es la violencia. Pero, podemos hablar de violencia en la infancia?

Tal vez lo primero que tenemos que hacer para poder entender las respuestas agresivas que pueden tener nuestros hijos, sea mirar sus acciones sin el filtro de la moralidad, de lo que está bien y de lo que está mal. Para eso tenemos que poder leer una conducta agresiva (en niños), como un acto comunicativo e intentar entender qué es lo que está expresando a través de su acción a priori agresiva. ¿Es un hecho puntual? ¿Qué le ha pasado en ese momento? ¿Es algo que se repite? ¿Cuáles son sus necesidades no satisfechas?

Los niños necesitan tiempo (mucho), para poder integrar esta energía agresiva, para poder buscar sus maneras propias de resolver las dificultades de forma asertiva, para poder encontrar el equilibrio entre la cooperación y el cuidado de su integridad. Pero para que esto sea posible es importante que a su lado haya personas adultas que puedan ser empáticas con sus vivencias, que puedan acompañar sin juzgar, que tengan la paciencia suficiente para mirar el proceso total, y que no se dejen ganar por el miedo al fantasma de la violencia.

Conocer la propia fuerza, conectar con ella y encauzarla es una necesidad durante la formación de la personalidad. Este es un camino que no se puede hacer desde la teoría, sino que requerirá, como hablábamos más arriba, de momentos en los que esta energía agresiva se haga presente en acciones hacia los otros, y en los que, con acompañamiento adulto, el infante pueda ir entendiendo las consecuencias de sus actos y buscando una manera de que aquella energía pueda ir encarrilándose en una expresión a la vez empática y asertiva. Y se trata de un proceso que requiere tiempo y paciencia de parte de los acompañantes.

¿Y qué pasa cuándo nuestro hijo es incapaz de sacar su fuerza? Supongo que todas hemos pasado por momentos en los que nos hemos quedado sin poder expresar algo importante por sentir que nuestro entorno no era receptivo. ¿Cómo os habéis sentido cuándo os ha pasado algo así? Pues cuando ello pasa en un proceso de formación de la personalidad y lo que queda atrapada es la energía agresiva, seguramente requerirá que en el futuro ese niño o esa niña necesiten trabajar arduo para encontrar cómo hacer valer su individualidad sin quedar amalgamados en el grupo.

Cuidar que nuestros niños puedan crecer sin represiones es una tarea compleja, porque requiere que dejemos de lado juicios y miedos que forman parte de nuestra propia construcción personal. Pero también es una oportunidad de crecimiento para nosotros mismos.

¿Suena difícil? Como todo, es posible aprender a acompañar los conflictos y la agresividad buscando espacios de reflexión que me permitan hacer conscientes mis dificultades y crecer. Porque no hay mejor compañía para un niño en desarrollo que aquel que aún siendo adulto que sigue desarrollándose y creciendo cada día.

1 comentario en “Sobre los conflictos y la agresividad en la infancia…

  1. Muy interesantes tus reflexiones

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario

search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close